diumenge, 28 de febrer del 2010

Tranquilidad

Ayer Chile dejó de ser la burbuja de felicidad protegida por la Pachamama, y el terremoto más grande del mundo desde hace 500 años atacó el país a mitad de la noche.
El epicentro del terremoto fue a unos 380km de Santiago, así que una no puede imaginar la impresión del movimiento allí. De hecho, incluso después de unas horas del desastre, no es fácil pensar en lo que vivimos. Sinceramente, no recuerdo bien cómo nos movimos, no puedo hacerme cargo de mi reacción, y es que el miedo y el no-saber-qué-pasará cubrieron el cuerpo y el corazón. Vivimos los minutos más largos de nuestra vida, ojalá nunca vivamos esto otra vez.

Todavía siguen las réplicas, todavía sentimos movimientos, pero estamos tranquilos. Chile es un país fuerte, la calidad de muchas edificaciones (construidas teniendo en cuenta los movimientos sísmicos) impidió que la catástrofe fuese mayor; y esto es una suerte.
Como leíamos ayer en una noticia de un medio chileno: "las casas chilenas tienen que aguantar, por eso pongan play a la música y respiren tranquilos".

dilluns, 22 de febrer del 2010

Con-ciencia

En Santiago, cuando uno quiere reciclar sólo puede conservar las chelas -cervezas- ya vacías e ir a la botillería a pedir unas de frías, y llenas, por un descuento de 200 pesos. Así, ellos se benefician porqué cobran por conseguir tener vidrio vacío y uno se piensa que contribuye, almenos un poco, con la consciencia ecológica que tan poco existe en Latinoamérica.
En el edificio, uno contribuye separando las botellas de la basura, que se acumula día a día en las calles de todo tipo. Representa que diferenciando vidrio y restos el trabajo ecológico está hecho.
En el fondo, no se trata de ver el avance de Europa o de USA en lo que a la ecología se refiere, sino a darse cuenta de cómo unos y otros focalizan e interfieren en las conductas del personal ovejas que convivimos en sociedad.
De hecho, el otro día, retornando -ecológicamente- las chelas vacías a la botillería, el amigo vendedor casi que nos felicitió para dedicarnos a devolver dichas botellas. Unas horas después, en el supermercado, los chicos que se dedican a llenar bolsas de plástico con los productos comprados por uno (y que se ganan el sueldo a través de las propinas), me miraban extrañados. Llevando la bolsa de ropa, siendo ecológica, les estaba quitando su empleo.

dilluns, 15 de febrer del 2010

Colecciones

Cuando contaba mis años con los dedos de las manos me gustaba, a temporadas, dedicarme a ordenar todas mis posesiones y conseguir reunir todo aquello que compartía forma, función e incluso material. La verdad es que no recuerdo haber logrado tener muchas colecciones, más allá de la de lápices - a la que mi mamá siempre contribuía con sus detallitos de dondefuera -, la de punta de los colores y plastidecors - que guardábamos como tesoro con mis hermanas - y la de llaveros - colección que cualquiera con pretenciones de coleccionista debe procurar.
Aun así, mi colección preferida era la de mi abuela y sus botones. Ella es la reina de las creaciones con ropas, hilos y botones. Por eso, siendo fiel a su arte, colecciona miles de botones en distintos de los cajones paradisíacos. Igual que Amélie cuando pone la mano dentro del saco de frijoles (¿eran frijoles o lentejas?), nosotras poníamos los dedos y nuestras emociones, y jugábamos así con el ruido de los botones de colores.

Cuando dejé de poder contas mis años con las manos empecé a dejar de coleccionar. Una se vió en la época en que todo era susceptible de terminar, un día u otro, en el bonito canasto de mi habitación. Sin embargo, coleccionaba montones de intereses que, sin darme cuenta, se iban amontonando en algún cajón del cerebro. Junto con los intereses - pero en otro cajón- guardaba, cómo no, los recuerdos.
Así, entre intereses y recuerdos, empecé a escribir y, así, reinicié de nuevo una colección. La verdad es que no escribía mucho, simplemente ideas, pequeños esbozos de historias que nunca tendrían fin y típicas frases que, en general, agradan y atraen.
Después de los escritos, continué con la música. Para ampliar mi minibiblioteca musical, los amigos y los viajes siempre han sido elementos indispensables. Es bonito darse cuenta de lo poco que se conoce para lanzarse a descubrir. Canciones y películas; muchas películas, mucha música.

El otro día me di cuenta de que ahora que ya ni de coña los años se cuentan con las manos, resulta que he comenzado, sin ser yo consciente, una colección. La colección de postales. Empezó casi ocho meses atrás y consiste en guardar una postal de cada sitio por donde viajo. Procuro capturar, además de la postal, la emoción que siento, y la guardo en la parte en blanco de toda fotografía. Escribo el sentimiento - junto con la fecha- con un lápiz blanco y negro que mi mamá me regaló años después de mi colección de lápices. En él aparece: "Yo no pinto lo que veo, pinto lo que pienso".

dimarts, 2 de febrer del 2010

Nada que ver

Santiago se transformó por unos días. La típica ciudad llena de todo, calurosa, desordenada a veces y limpia otras se convirtió en la ciudad que yo mostraba a ellas. Sus calles, sus paraderos, sus mercados y sus vendedores pasaron a ser la demostración de mi cotidianeidad para aquellas que han vivido a cinco centímetros de mi durante muchos años.

De Santiago, Carola, Cèlia y yo conocimos, básicamente, su vista panorámica gracias a unos parapentes que nos sirvieron de herramienta para despegar el vuelo de ida. Subimos al cielo para alejarnos del suelo y conseguir darnos cuenta de dónde estábamos, de qué hacíamos, de quién éramos en definitiva. Volar fue genial, increíble. Al aterrizar (con algunos mareos de más) sólo lo conseguimos físicamente, y es que mentalmente estuvimos webeando por las nubes en general -y por el país en particular-.
Los colores de Valparaíso tenían todavía más tonalidades esta vez, seguramente más intensidad, más fuerza. Los momentos fotografiados en la mente transmiten la alegría tranquila de cada flash.
Después de Valpo, la vista y las miradas, continuamos la volada hasta Pucón, a los pies del volcán Villarrica, típica montaña de postal que deja a uno con la boca abierta. Allí, el calor de la playa (en el lago grande), del ambiente y de las termas naturales nos relajó de modo tal que nuestras fuerzas para tocar de pies al suelo se fueron, óbviamente, volando. Así, pasamos los otros días en el Parque Nacional Huerquehue y en Caburugua, donde vimos saltos, lagos, vegetación y comimos risas y recuerdos.
Los salta miralta en las fotos, las caras de felicidad y los bonitos paisajes son sólo fotografías. Es sabido por todos que los píxels pocas posibilidades tienen para conseguir transmitir lo mismo que la realidad del momento. Está claro que estas fotos no lo pretenden, simplemente son documento, enseñan y guardan el recuerdo tan vivo de este vuelo intenso y fugaz. Efímero. Gràcies nenes.