dimecres, 2 de juny del 2010

En la isla






El mar. La libreta azul con motivos musicales se había llenado de polvo debido a su no-uso. La señorita de las postales se había dejado vencer por un tal reloj y su rapidez y por las decenas de telarañas cotidianas. Y las olas del mar. Además, sus lápices habían desaparecido sin dar explicación alguna de sus lugares habituales, de manera que su desplazamiento hacia otros espacios más concurridos había impedido a la señorita-postal arrastrarlos para acompañar a la libreta azul. Así, en medio de una cotidianeidad imprevista – ¡e imperdible! –, los que habían sido durante algunos meses compañeros de viaje, se habían esfumado discreta y, seguro, - y también - necesariamente. Con el sonido del mar.


Aun así, la obsesionada con las fotografías espaciales no olvidó pasearlos hasta Chiloé, donde no se perdieron los paisajes impresionistas y las mitologías de cuento. Y el aire del mar. En la isla pre-patagónica los instantes se miden por la intensidad de la luz, y esta explica, junto con el carácter del clima, la creación de cientos de mitos y leyendas que no dejan indiferente. Y la forma del mar. De hecho, el Trauco, la Fiura, el Invunche, el Caleuche y muchos más pasaron a ser parte de la vida chilota, consiguiendo una credibilidad más que sorprendente. Además, las más de 250 iglesias de madera construidas por los jesuitas (de las cuales 16 son patrimonio de la humanidad) contribuyen en la (re)creación de esta idea de isla-cuento-magia que Chiloé desprende. Sin tocar el mar.

La señorita de las postales ha imaginado, como no, la imagen ideal para el viaje que tanto polvo le ha permitido sacar a aquello que estaba quedando olvidado y que ha sido, sin duda, protagonizado por la transparencia del mar.

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