dilluns, 7 de juny del 2010

Me llaman calle.

El cartellismo puede convertirse en una afición, y cuando esto sucede la culpa recae, sin duda, a la abundante existencia de carteles en las concurridas calles de la apreciada capital.

Los carteles pueden ser, como todo hoy en día, bonitos y feos. Pueden ser largos, verticales, anchos, delgados, horizontales, coloridos o fomes. Pero está claro que en Chile – en los murales – informar es lo obvio y, quizás por esto, muchos lo olvidan, y lo dejan atrás. Parece que lo principal es insertar en el cartel las tipografías más extraordinariamente extrañas, colocadas de manera indistinta en horizontal o en vertical, e incluso en forma circular. Y (in)comprensible e (in)necesariamente aliñadas con las dichosas fotografías photoshopeadas para que sean lo más distinto posible de la realidad.

No obstante, es transcendente resaltar la esencia de estos murales callejeros, es decir, lo que desprenden, porque seguramente aquí es donde se encuentra su estética. Puede que no informen de forma directa y clara, pero colorean y ritmatizan las calles del Santiago que podría llegar a ser gris. Además, el cartellismo conlleva el andar siendo consciente, propone el desplazarse entretenido, llenando – como por sorpresa – todos los días de posibles planes. Sin duda, los carteles son parte de la cotidianeidad y dan por hecho la necesidad social de los extraterrestres que somos, hasta tal punto que una no sabe cómo se va a informar cuando ellos no estén. Ay, ay, ay.

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